César Vallejo y el Perú, cómo invocar
el final de las maldades de los corruptos
El Perú es
país paradójico, rico y pobre a la vez, con un gran potencial anulado
por fuerzas hostiles; un país que
quiere ser grande y correr pero al mismo
tiempo es dominado por el complejo de inferioridad y falta de autoestima, un
país que se ata los pies una y otra vez; un país sin norte ni rumbo que busca con desesperación un líder pero elige a
los peores representantes del lumpen político y moral (aunque no está
descartado el fraude electoral ya instalado
como práctica habitual en el JNE) , un país que dice buscar la luz pero se dirige
hacia caminos oscuros y tenebrosos, un país que quiere ser grande y respetable
pero rechaza la práctica de valores y virtudes necesarias.
Un país que
sufre la condena de Sísifo, arrastrando eternamente la pesada carga de la
corrupción. Cuando cree que, en nuevas elecciones, llegará un candidato a la
altura de las expectativas, desafíos y deseos de progreso y orden (llegar a la
cumbre), se descubre que es un rufián peor que todos los anteriores juntos, y
Sísifo -el pueblo peruano- es arrastrado nuevamente hacia el fondo.
¿Es que todo
el todo el Perú es así? ¿Todos los peruanos son así? No, hay muchos peruanos
que son coherentes, honestos, reclaman valores y los practican, pero no son
mayoría y no tienen el acceso a las oportunidades para demostrar que si se
puede progresar sin trampas ni embustes. En nombre de ellos, se presenta la
adaptación del poema “Masa” de César Vallejo, gran poeta peruano.
Me tomo la
libertad de parafrasear el poema de Vallejo porque creo que no un delito
hacerlo. No es plagio, admito que uso la misma estructura e incluso palabras,
porque la intención no es aparecer como poeta sino la de revelar un deseo
intenso y profundo, que debe ser seguramente el mismo deseo de los peruanos honestos
que creemos en los valores, que creemos que se puede construir un país sano y
fuerte-física moralmente-, que puede prosperar con el trabajo y esfuerzo personal
y colectivo. Actualmente, la corrupción se siente en el aire, hasta en el miasma,
ya es asfixiante y visible como el aire contaminado, si no se detiene terminará
por matar todos lo bueno que aún queda. Espero que los vallejianos no se
rasguen las vestiduras y asuman que estoy invadiendo su territorio sagrado. Grandes
poetas y escritores han realizado adaptaciones de las obras de otros grandes
literatos.
Autor: Carlos Rivas R. (o cualquier peruano honesto y diligente)
Corrupción
Al final de
las elecciones fraudulentas
y sentado el
corrupto en el trono, vino hacia él un peruano honesto
y le dijo:
«¡No seas corrupto, no robes las riquezas, no nos robes el futuro!»
Pero el
corrupto ¡ay! siguió robando (y corrompiendo).
Se le
acercaron dos peruanos honestos y repitiéronle:
«¡No
desperdicies nuestro potencial! ¡Piedad! ¡Piensa en los peruanos que confiaron
en tí!»
Pero el
corrupto ¡ay! siguió robando y corrompiendo.
Acudieron a
él veinte, cien, mil, quinientos mil peruanos honestos,
clamando
«¡Tanta confianza, tantas esperanzas perdidas y no poder nada contra la
corrupción y la inmoralidad!»
Pero el
corrupto ¡ay! siguió robando y corrompiendo.
Le rodearon
millones de peruanos honestos,
con un ruego
común:
«¡Sé honesto, trabaja, carajo!»
Pero el corrupto
¡ay! siguió robando y corrompiendo.
Entonces
todos los peruanos, vivos y muertos levantados de las tumbas milenarias,
Los
mochicas, los de Caral, los del Tawantinsuyo, los de la selva indómita
le rodearon;
les vio el corrupto temeroso, viendo que sus cómplices huían,
viendo los
esqueletos calcinados que le tendían las manos amarillentas y huesudas;
se levantó
del trono lentamente, tomó la maleta con dinero y joyas,
empujó al primer
hombre honesto, se hizo camino; y echóse a correr detrás de sus cómplices….
Poema original:
César Vallejo
Masa
Al fin de la
batalla,
y muerto el
combatiente, vino hacia él un hombre
y le dijo:
«¡No mueras, te amo tanto!»
Pero el
cadáver ¡ay! siguió muriendo.
Se le
acercaron dos y repitiéronle:
«¡No nos
dejes! ¡Valor! ¡Vuelve a la vida!»
Pero el
cadáver ¡ay! siguió muriendo.
Acudieron a
él veinte, cien, mil, quinientos mil,
clamando
«¡Tanto amor y no poder nada contra la muerte!»
Pero el
cadáver ¡ay! siguió muriendo.
Le rodearon
millones de individuos,
con un ruego
común:
«¡Quédate hermano!»
Pero el
cadáver ¡ay! siguió muriendo.
Entonces
todos los hombres de la tierra
le rodearon;
les vio el cadáver triste, emocionado;
incorporóse
lentamente,
abrazó al
primer hombre; echóse a andar...
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