jueves, 18 de julio de 2019

César Vallejo y el Perú, cómo invocar el final de las maldades de los corruptos


César Vallejo y el Perú, cómo invocar el final de las maldades de los corruptos


El Perú es país paradójico, rico y pobre a la vez, con un gran potencial  anulado  por fuerzas hostiles;   un país que quiere ser  grande y correr pero al mismo tiempo es dominado por el complejo de inferioridad y falta de autoestima, un país que se ata los pies una y otra vez;  un país sin norte ni rumbo que  busca con desesperación un líder pero elige a los peores representantes del lumpen político y moral (aunque no está descartado el fraude electoral  ya instalado como práctica habitual en el JNE) , un país que dice buscar la luz pero se dirige hacia caminos oscuros y tenebrosos, un país que quiere ser grande y respetable pero rechaza la práctica de valores y virtudes necesarias.






Un país que sufre la condena de Sísifo, arrastrando eternamente la pesada carga de la corrupción. Cuando cree que, en nuevas elecciones, llegará un candidato a la altura de las expectativas, desafíos y deseos de progreso y orden (llegar a la cumbre), se descubre que es un rufián peor que todos los anteriores juntos, y Sísifo -el pueblo peruano- es arrastrado nuevamente hacia el fondo.


¿Es que todo el todo el Perú es así? ¿Todos los peruanos son así? No, hay muchos peruanos que son coherentes, honestos, reclaman valores y los practican, pero no son mayoría y no tienen el acceso a las oportunidades para demostrar que si se puede progresar sin trampas ni embustes. En nombre de ellos, se presenta la adaptación del poema “Masa” de César Vallejo, gran poeta peruano.

Me tomo la libertad de parafrasear el poema de Vallejo porque creo que no un delito hacerlo. No es plagio, admito que uso la misma estructura e incluso palabras, porque la intención no es aparecer como poeta sino la de revelar un deseo intenso y profundo, que debe ser seguramente el mismo deseo de los peruanos honestos que creemos en los valores, que creemos que se puede construir un país sano y fuerte-física moralmente-, que puede prosperar con el trabajo y esfuerzo personal y colectivo. Actualmente, la corrupción se siente en el aire, hasta en el miasma, ya es asfixiante y visible como el aire contaminado, si no se detiene terminará por matar todos lo bueno que aún queda. Espero que los vallejianos no se rasguen las vestiduras y asuman que estoy invadiendo su territorio sagrado. Grandes poetas y escritores han realizado adaptaciones de las obras de otros grandes literatos.

Autor: Carlos Rivas R. (o cualquier peruano honesto y diligente)

Corrupción

Al final de las elecciones fraudulentas
y sentado el corrupto en el trono, vino hacia él un peruano honesto
y le dijo: «¡No seas corrupto, no robes las riquezas, no nos robes el futuro!»
Pero el corrupto ¡ay! siguió robando (y corrompiendo).

Se le acercaron dos peruanos honestos y repitiéronle:
«¡No desperdicies nuestro potencial! ¡Piedad! ¡Piensa en los peruanos que confiaron en tí!»
Pero el corrupto ¡ay! siguió robando y corrompiendo.

Acudieron a él veinte, cien, mil, quinientos mil peruanos honestos,
clamando «¡Tanta confianza, tantas esperanzas perdidas y no poder nada contra la corrupción y la inmoralidad!»
Pero el corrupto ¡ay! siguió robando y corrompiendo.

Le rodearon millones de peruanos honestos,
con un ruego común:
 «¡Sé honesto, trabaja, carajo!»
Pero el corrupto ¡ay! siguió robando y corrompiendo.

Entonces todos los peruanos, vivos y muertos levantados de las tumbas milenarias,
Los mochicas, los de Caral, los del Tawantinsuyo, los de la selva indómita
le rodearon; les vio el corrupto temeroso, viendo que sus cómplices huían,
viendo los esqueletos calcinados que le tendían las manos amarillentas y huesudas;
se levantó del trono lentamente, tomó la maleta con dinero y joyas,
empujó al primer hombre honesto, se hizo camino; y echóse a correr detrás de sus cómplices….


Poema original:

César Vallejo

Masa

Al fin de la batalla,
y muerto el combatiente, vino hacia él un hombre
y le dijo: «¡No mueras, te amo tanto!»
Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.

Se le acercaron dos y repitiéronle:
«¡No nos dejes! ¡Valor! ¡Vuelve a la vida!»
Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.

Acudieron a él veinte, cien, mil, quinientos mil,
clamando «¡Tanto amor y no poder nada contra la muerte!»
Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.

Le rodearon millones de individuos,
con un ruego común:
 «¡Quédate hermano!»
Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.

Entonces todos los hombres de la tierra
le rodearon; les vio el cadáver triste, emocionado;
incorporóse lentamente,
abrazó al primer hombre; echóse a andar...





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